lunes, 28 de enero de 2008

Fin de semana

Mmmm... estar en la bahía de San Francisco ofrece algunas oportunidades únicas. Ya os había comentado que aquí cerca había un túnel de viento para hacer indoor skydiving... y la verdad es que... me apetecía probar.

Así que alquilamos un coche... bueno, ya sabeis que aquí esto del transporte público no se lleva, bueno, o si se lleva, pero sólo por la clase baja: menudos personajes que te encuentras en el bus. Sólo destacar al tío aquel que me encontré en el viaje al aeropuerto, que se sentó enfrente de mí, y se puso a limpiar la pedazo navaja que llevaba (espero que no de manchas de sangre seca)... o un par de paradas despues, cuando subió una tía de ciento y muchos kilos sin pantalones como si fuera lo más normal del mundo.

Ya me voy por las ramas. Ya que ibamos a alquilar el coche, pues decidimos organizar una ascensión al monte Diablo, el más alto que hay aquí en la zona de la bahía (creo que es mil y pico metros, que ya está bastante bien). Los integrantes de la expedición:
  • Robert (siempre dispuesto para el senderismo)
  • Hylke (intoxicación etílica noche previa)
  • Manuel (le tocó hacer un test online a entregar antes del domingo)
  • Yo (conseguí controlar la ingesta de alcohol en una fiesta diferente a la de Hylke)
  • Coche (al coche no le pasó nada, por suerte)


Los tres supervivientes

La cuestión es que la excursión estuvo bien, 15-20km unos 600m de desnivel y una estupenda comida con una vista alucinante desde la cima de esta roca:


Mount Diablo

Despues de esta práctica de vuelo improvisada, volvimos a Stanford para juntarnos con el resto de los participantes en la actividad aeronáutica. Habíamos comprado 30 minutos de túnel de viento para 10 personas, lo que da a 3 minutos por persona... que ya sé no parece mucho, pero una vez estás dentro se estiran como la goma.


Parte del grupo de valientes

Lo que más me sorprendió es lo poco intuitivo que es lo de volar. Yo pensaba que una vez flotando el cerebro se adaptaría para equilibrarse sólo... pero no. Cualquier pequeño movimiento puede tener consecuencias imprevisibles. Así que sin querer mueves un poco el brazo derecho... buum, contra la pared, juntas un poco los brazos y sin comerlo ni beberlo empiezas a subir... te acojonas, mueves la pierna y bajas hacia la esquina. Es como si todo tu cuerpo fuera una ala.

¡Pero es divertido!... después de las dos tandas de minuto y medio aún pillas algo de intuición y eres capaz de estar más o menos estable. Hylke, que ya lo había hecho antes, era capaz de girar hacia a la derecha pero no hacia la izquierda ¿?. Y el instructor... ese hacía lo que quería y más. Y si te fijabas en sus movimientos con atención veías como ponía las manos y ciertas articulaciones en posiciones bien raras...

PD. Mirar el video de presentación, no tiene desperdicio: iFly